Eres lo que consumes

Uno de los beneficios que he tenido al tratar de vivir con intención es que me estoy conociendo mucho más a mi mismo (esto no quiere decir que de repente me volví un ser perfecto de luz y que soy la mejor persona del universo. Vivir con intención no es una varita mágica). Esto es el resultado de observar lo que hago, cómo lo hago y porque lo hago, cómo ya he escrito antes.

Los humanos en la era moderna tenemos a nuestra disposición una cantidad enorme de información, opciones de entretenimiento y alimento (quizá tengo que aclarar que estoy conciente de que aún hay mucha gente en el mundo sin acceso a lo anterior, pero estoy hablando desde la realidad del lugar en el que vivo). Esta abundancia, o exceso, nos permite siempre estar introduciendo algo en nuestra mente y cuerpo.

Sin embargo, el que tengamos tanta información y comida no significa que todo sea saludable. Ya mencioné aquí que casi toda la información digital es ruido y también aplica para la comida. Ahora es muy sencillo tener algo que meternos a la boca siempre. A tráves de una aplicación puedes pedir cualquier tipo de comida entregada directamente a la puerta de tu casa en unos cuantos minutos. Y si no tienes cuidado (te alimentas con intención) es muy fácil comer lo que es más fácilo o más rico, o sea, la comida que te venden las transnacionales a través de sus campañas de marketing multimillonarias.

Cuando a principios de este año la báscula me dijo que estaba 5 kgs arriba del peso en el que me siento bien, decidí analizar la razón y me di cuenta de que estaba cayendo en la conformidad, el abandono y la flojera. Estaba cambiando mi bienestar por comodidad y rapidez.

Por eso, una de las metas que me puse fue alimentarme con intención. ¿Qué quiere decir eso? Primeramente preguntarme antes de comer algo si realmente disfruto ese alimento, si mi cuerpo me lo está pidiendo (es muy diferente lo que tu cuerpo te pide a lo que tu mente te pide, el azúcar es un buen ejemplo de eso) y si ingerirlo me dara bienestar físico y mental.

Al hacerme esas preguntas me di cuenta de que muchas veces comía porque estaba en situaciones sociales en dónde es lo que se espera que hagas (cenas con amigos, navidad, la rosca de reyes, etc) pero no porque tuviera hambre o realmente lo disfrutara, por ejemplo a mi no me fascinan los tamales pero es una costumbre en México comerlos el 2 de febrero.

Me di cuenta también de que mi cuerpo rechaza las cenas pesadas o que sean muy noche. Me cuesta trabajo conciliar el sueño, me da reflujo, despierto muy seguido, tengo pesadillas. Pero durante mucho tiempo estuve sacrificando mi bienestar por quedar bien socialmente o porque al estar sentado frente a la televisión o en el cine quería estar comiendo algo.

Ya estoy haciendo cambios en mis hábitos para buscar mi bienestar. Hago un menú semanal y cocino lo más que puedo en casa. Después de cierta hora ya no como nada pesado ni irritante, trato de cambiar las invitaciones de cenas por desayunos o comidas, y si no se puede, como lo más ligero posible en esas reuniones, agradezco por la comida que tengo y por lo que le aporta a mi cuerpo (esto me ha servido para reducir la comida chatarra ya que sé que no me aporta nada bueno ni a mi mente ni a mi cuerpo).

Claro que no hay dieta ni vida perfecta y siempre hay momentos de celebración en los que la comida juega un papel importante. Pero para mí tener presente que todo lo que consumo se convierte en parte de mí, me ha dado una perspectiva mucho mas clara de lo que decido meter a mi cuerpo. Vivir con intención me está ayudando a vivir plenamente, y esto lo quiero aplicar a todas las áreas de mi vida.

BHB