El poder del perdón

Escribir ha sido un ejercicio muy interesante para mí. Empecé este blog para tener un registro diario en línea de cosas que me interesan, que me pasan o que simplemente quiero compartir con el mundo. También es una buena forma de retomar el ejercicio de escribir algo todos los días, ya que escribir ha sido uno de mis hobbies más apasionantes desde hace muchos años.

Lo que no me esperaba era que tan solo en el segundo día este ejercicio me llevara a un momento de serendipia. Después de publicar el post de ayer, mientras lavaba los trastes, mi mente se puso a recordar el momento en que mi papá rompió ese libro con las manos.

Ese evento pasó hace más de 25 años y el recuerdo, junto con casi todos los de mi niñez y adolescencia, estaba guardado en un baúl que no quise abrir por muchos años. Cuando empecé a escribir ayer no sabía que iba a resurgir, pero lo hizo. Y junto con él salieron muchas emociones de dolor, tristeza y rencor.

Sin embargo, mientras lavaba los trastes, traté de ponerme en los zapatos de mi papá y lo que estaba pasando y pensando en ese momento. Él se casó muy joven, a los 18 años, y mi hermana nació poco tiempo despúes, cuando él tenía tan solo 19. Yo nací dos años y medio después, así que para los 21, él ya tenía una gran responsabilidad que yo nunca conoceré.

Mi papá salió de su pueblo cuando tenía 12 años y vivió solo en la gran ciudad de México hasta que se casó. Nunca fue cercano a su familia de sangre y mi mamá era una persona muy dificíl de tratar. La amé mucho, fue mi madre, pero sé que por su situación de salud (de bebé le dio polio, pasó gran parte de su infancia en hospitales y durante el resto de su vida su movilidad fue limitada y asistida por aparatos ortopédicos) fue una persona con mucho coraje contra la vida.

Mi papá tuvo que cargar con ese peso desde muy joven, sin experiencia ni apoyo. Recuerdo que en muchas ocasiones quiso tirar la toalla y salir corriendo. Pero nunca lo hizo por amor, sentido de la responsabilidad y por sus fuertes valores. Y por eso le estoy infinitamente agradecido.

Sé que hizo lo que mejor que pudo con las herramientas y conocimiento que tenía a su alcance en ese momento. Y ayer, mientras pensaba todo esto, sentí una simpatía enorme hacia él. Mis ojos se llenaron de lágrimas. En mi pecho sentí una presión que solo puedo identirficar como amor profundo y desde ahí nació una frase que nunca había articulado antes: “Te perdono, papá. Te perdono”.

¡Cuánto poder tienen esas palabras cuando se hablan desde el corazón! En ese momento sentí que el aire a mi alrededor se hacia más respirable, que ese pesado baúl lleno de memorias que cerré hace muchos años y que cargo dentro de mí a todos lados se aligeraba. Me di cuenta que está bien indagar en él y sacar cosas que ya no sirven, cosas que me pesan, que me hacen daño por llevar tanto tiempo podridas ahí dentro. Está bien recordar, está bien llorar, está bien perdonar.

BHB